Novela inconclusa del autor, escrita alrededor del año 1914 y publicada después de su muerte, en 1925, por Max Brod.
El protagonista es Josef K., un empleado de banca que es sorprendido, aún en su cama, una mañana, por dos agentes que le comunican que está detenido. Después acude un inspector que le ratifica el arresto pero no le da más información. El inicio del proceso no le supone que no pueda ir a trabajar y seguir con su vida normal.
El protagonista entra en una verdadera pesadilla y en un estado de angustia al sentir que sobre él ha caído el peso de la culpa, sin saber ni el motivo, ni la actuación concreta que ha podido llevarlo a esa situación. Y hay algo que lo preocupa más y es lo que puedan pensar los que lo rodean al verlo acusado, e intenta justificar, ante ellos, su inocencia.
Un domingo es llamado a declarar a un lugar apartado del centro de la ciudad, sin una dirección clara y sin ninguna información sobre los motivos por los que se le ha abierto el proceso.
El lugar es laberíntico, como empezará a ser todo lo relacionado con el caso.
Cuando encuentra la sala descubre que está abarrotada de gente. Aprovecha para denunciar su detención, la ausencia de motivos para ser juzgado, para declarar su inocencia y, por lo tanto, lo absurdo de su procesamiento, que ve como un falso montaje. Tras lo cual abandona el lugar.
A partir de ahí, empezará a sufrir la tortura de la espera y la falta de datos sobre el procedimiento que se seguirá contra él.
Empezará a tomar conocimiento de la maquinaria de la justicia, que está rodeada de misterio: la jerarquía de la misma comprende grados infinitos, entre los cuales se pierden los procesados y los mismos abogados; los debates ante los tribunales y las conclusiones permanecen secretos, tanto para los funcionarios, como para los acusados, como para el público en general. Únicamente empieza a saber que cada paso que da lo acerca más a su culpabilidad.
La aparición de un familiar nos hace ver la importancia social de las apariencias, ya antes vista en las entrevistas realizadas por el protagonista con su casera y su compañera de hospedaje, y en la ocultación que hace del hecho ante los compañeros y conocidos. El protagonista, a pesar de considerarse completamente inocente, se preocupa mucho por su imagen pública. Para defender el honor familiar, su pariente lo pone en contacto con un abogado de su confianza.
El abogado no le garantiza nada acerca de su proceso. Le propone hacer un informe para demostrar su inocencia, con el problema de que no sabe de qué acusación debe defenderle, ni a qué instancia acudir.
El protagonista va entrando en un mundo lleno de impotencia, en el que se ve rodeado de una inmensa soledad, ante la sociedad y el poder, que se manifiesta como un ente etéreo, al que no puede poner cara. Esta situación lo lleva a un estado de impaciencia, que lo arrastra a tomar decisiones quizás precipitadas o poco razonadas, ante las que mantiene profundas dudas. Hay que tener en cuenta que procede de un trabajo, como la banca, en la que todo está cifrado, cuadriculado, sometido a leyes, acuerdos y medida, y ahora está siendo conducido a caminos enrevesados que lo tienen confundido porque desconoce las reglas del juego, o porque esas reglas no existen; por tanto, no sabe como encausar su defensa, si dejándola en manos de los abogados o hacerlo por sus propios medios.
Incluso busca una salida a través de un pintor humilde y zarrapastroso, que es retratista de jueces del tribunal. Éste tiene un diálogo que contrasta con el del abogado: el abogado le da unas explicaciones farragosas sobre procesos, el papel de los abogados, los funcionarios,..., entrando a menudo en contradicciones o en falsas conclusiones, desembocando en un discurso mareante y nada efectivo; el discurso del pintor es más comprensible, le presenta tres posibilidades: la absolución real, la absolución aparente y el aplazamiento ilimitado. Pero no hay nadie que pueda determinar la absolución real, sólo el Tribunal Supremo, al que nadie tiene acceso, ni siquiera los abogados.
El protagonista saca como conclusión que el proceso puede ser infinito, que sólo podrá obtener plazos que lo alejarán cada vez más de su destino final, que una vez que la máquina de la justicia se ha puesto en marcha, para el acusado no hay inocencia posible, todos los procesados son culpables.
Al final el protagonista se ve abocado a una drástica solución que acepta de forma resignada, pues la ve como la única manera posible de terminar con una existencia angustiosa.
El fondo de la novela es sobre el tema de la culpa y el castigo. El ser humano nace ya provisto de una culpa, sin que se necesite explicarlo, en la cultura cristiana es el pecado original, y esto hace que se vaya introduciendo en nuestra mente, de manera silenciosa, la justificación de la idea del castigo.
El protagonista, sin saber de qué se le acusa, con el paso del tiempo se va justificando que es en cierta forma "culpable" de algo y, por tanto, deberá ser en cualquier momento castigado.
También se puede ver en la obra una crítica a la burocratización de la justicia, mostrándola incomprensible y absurda.
Todo el ambiente de la novela es agobiante, oscuro y opresivo, las instalaciones judiciales laberínticas, los edificios caóticos, la catedral prácticamente oscura, el aire sofocante e irrespirable, en consonancia con el estado de ánimo de los personajes en general y del protagonista en particular.
En las obras de Kafka hay un gran sentido de la angustia, provocada por el infinito, el desconocimiento y la postergación. Sus personajes nunca llegan a nada, porque no saben nada y tampoco saben a dónde ir. Cuentan sus biógrafos que cuando Kafka leía fragmentos de sus relatos a sus amigos, la reunión terminaba entre risas. La risa como vía de escape del absurdo. Estas situaciones absurdas fruto de la imaginación del autor han dado lugar, sin pretenderlo, a nombrar a muchas de nuestras actuaciones como "kafkianas".
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