La obra es un ensayo en el
que la autora nos muestra sus opiniones sobre las mujeres y su relación con la
producción literaria, un mundo que nos muestra gobernado por hombres, que son
los que imponen su punto de vista.
Nos explica cómo se ha
financiado la construcción de los colegios en las distintas épocas, haciendo
hincapié en la facilidad para construir centros masculinos y las dificultades
para construir centros para instruir a las mujeres.
Entre esas diferencias
sustanciales entre sexos, hay que destacar que las mujeres se dedican
principalmente a las labores relacionadas con la maternidad, que esto representa
un lastre a su progreso, pues conlleva: parir multitud de hijos, dedicarse a su
crianza y educación, administrar el hogar,…; es improbable entonces que las
mujeres pudieran dedicarse a ningún tipo de trabajo o negocio para ganar
dinero. Y de haberlo conseguido, las leyes les hubieran impedido el poder
administrarlo, porque no podían tener dinero propio, todo era propiedad del
marido, y hasta finales del siglo XIX no consiguen poder disponer de “su dinero”.
Establece una relación
entre una situación económica estable y la estabilidad emocional a la hora de
la creación artística. Por ello, la independencia económica abre la mente y da
más libertad de pensamiento.
Algunos pensadores y
escritores hablan públicamente de la inferioridad de las mujeres, tanto mental,
moral y física, pero lo hacían para defender su superioridad, hablando desde la
dominación, el poder y el dinero. Era el dominio del patriarcado.
Los hombres necesitan a
las mujeres, pues su superioridad la demuestran minusvalorándolas a ellas.
En la búsqueda de obras
publicadas teniendo como tema la mujer, a la autora le llama la atención que la
mayoría de los autores son hombres, algo que no ocurre al revés.
En cuanto a su vida
personal, las mujeres no podían elegir marido, los designaban sus padres, y si
no lo aceptaban, eran maltratadas, encerradas e incluso golpeadas. Esta violencia
contra la mujer era un derecho reconocido socialmente al hombre, tanto en las
clases altas como en las bajas, y lo practicaban sin avergonzarse. El matrimonio
no era una cuestión de amor o de afecto, sino de avaricia familiar.
A pesar de eso ha habido
algunas mujeres con carácter. Sin embargo, en las novelas y en las obras de
teatro se las presentaba como protagonistas fuertes, y con iniciativa, aunque
en la vida real apenas sabían leer y escribir, algo reservado también al
marido.
De vez en cuando aparece
alguna gran dama, pero de la vida de las mujeres corrientes no sabemos nada. No
hay nada escrito sobre la mujer antes del siglo XVIII.
Como la mujer era obligada
a casarse muy joven, sin tiempo para haber recibido instrucción, es imposible
que pueda desarrollar una actividad escritora, como, por ejemplo, la realizada
por Shakespeare. Para mostrárnoslo, la autora nos pone el ejemplo de la vida de
una hipotética hermana de ese autor para comprobar esa imposibilidad. Aun
teniendo las mismas habilidades que su hermano, no habría podido desarrollarlas
debido a las puertas que estaban cerradas a las mujeres. Debía permanecer en el
hogar ocupada en sus tareas mientras Shakespeare iba al colegio, por lo que no
podía adquirir formación. Teniendo el mismo espíritu de aventura, la misma
imaginación, las mismas ansias de ver el mundo que él, ella no pudo cumplir su
sueño.
Considera la autora que
una mujer con título educativo tendría más posibilidades de escribir. Y aunque
alguna lo consigue, aprovecha para mostrar su indignación por la situación de
la mujer (odio, amargura), lo que marca su obra con ese sello que le resta
libertad a la misma. Algunas escriben aun sabiendo que sus obras jamás serán
publicadas. Las hay que teniendo talento para la escritura piensan que eso es
una ridiculez y signo de estar perturbadas mentalmente. Otras incluso consiguen
vivir de la escritura y son un ejemplo para el resto de mujeres. Nos muestra
algunos ejemplos, con sus nombres. A éstas, algunos hombres las denominan “marisabidillas
con la manía de garabatear”.
A finales del siglo XVIII
la mujer de clase media empezó a escribir, y a principios del siglo XIX ya
empiezan a aparecer bastantes obras femeninas, generalmente novelas, porque
aunque la propensión natural es escribir poesía, en las casas sólo hay una sala
común para todos los miembros y es ahí donde se pueden poner a escribir y donde
son continuamente interrumpidas, por eso, es más fácil escribir novelas que
poemas o teatro, ya que necesitan menor concentración.
Las obras maestras son el
resultado de muchos años de pensamiento y tienen unas profundas dificultades,
tanto para hombres como para mujeres, relacionadas con el tiempo, el espacio y la concentración. Los escritores están
sometidos a otros contratiempos: cargas familiares, problemas económicos,… Para
la mujer escritora estas dificultades se multiplican. Tener una habitación
propia, indispensable para respirar tranquilidad y
poder concentrarse, era impensable hasta el siglo XIX, salvo que los padres
fueran muy ricos y estuvieran de acuerdo con esa labor, pues hay que recordar
que la mujer estaba sometida a la voluntad del padre, del marido o del hermano.
Considera la autora que el
disponer de esa habitación y de una renta anual de quinientas libras permitiría
a la mujer dedicarse a la escritura y estar a la misma altura que cualquier
hombre escritor.
Los valores de los hombres
se presentan distintos de los de las mujeres, prevaleciendo los de los primeros
en la vida real, que después son los que se trasladan a la literatura.
En las novelas de
principios del siglo XIX escritas por mujeres, sus autoras habían alterado sus
valores a causa de las opiniones ajenas y se expresaban como escribirían las
mujeres, no como lo harían los hombres, porque una mujer tenía que ser muy
rebelde y muy valiente para desoír las críticas masculinas a sus obras; sin
embargo, algunas autoras hicieron oídos sordos a esas voces masculinas que
querían poner límites a su escritura para poder seguir sintiéndose superiores, y
sí han sido reconocidas.
Se encontraban además con
que no había tradición a la que agarrarse, pues los hombres no le sirven de
ejemplo al tener una forma de escribir totalmente distinta. Al ser la novela un
género joven se podía adaptar mejor a la mujer al no estar tan marcada por las
formas masculinas.
Encontrar en siglos anteriores
mujeres capaces de escribir poesía es prácticamente imposible. Sólo hay que
fijarse en las estructuras de sus casas, el número de hijos que tenían, las
tareas domésticas que debían realizar,... Solo alguna dama de la clase social
alta, con propiedades y dinero, podría aprovecharlo para escribir algo, aunque utilizando
un seudónimo o arriesgarse a recibir duras críticas.
A principios del siglo XX
ya hay tantos libros de hombres como de mujeres.
La autora utiliza a una
escritora ficticia para mostrar a sus jóvenes oyentes el lesbianismo como una
forma de sexualidad tan válida como la heterosexualidad.
No se puede pretender que
la mujer sea igual que el hombre: pensar igual, escribir igual, parecerse
físicamente. Dice Virginia: “No podemos tener un solo sexo cuando dos pueden
ser pocos”
La literatura se ha
empobrecido al cerrar las puertas a la mujer.
Nos plantea la autora que
en la mente hay un lado masculino y otro femenino, aunque existen escritores
andróginos que pueden utilizar ambos lados indistintamente, pero el estado
ideal para escribir sería el de la utilización de ambos, las dos partes viviendo
en armonía, porque el escritor debe tener libertad, paz, la mente abierta para
esta comunión entre la parte masculina y la femenina.
Concluye la obra con una
reflexión crítica: a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX la
ignorancia de las mujeres ya no se puede justificar en el hecho de que tienen
obligaciones domésticas e hijos que criar. Recuerda que desde 1866 hay en
Inglaterra dos colegios universitarios para mujeres, que en el año 1880 la ley
autoriza a la mujer a ser propietaria de sus propios bienes y que en el año
1919 se le concedió el voto. Además les
está permitido ejercer la mayoría de profesiones. Por ello anima a las mujeres
a que no busquen excusas sino que se atrevan a vivir en libertad y se preparen
para algún día ser esa mujer que cree poesía. Y hay que hacerlo a pesar de las
contrariedades.
Termina aconsejando el
control de la natalidad: “con dos hijos es suficiente,…”.
Este ensayo examina si las mujeres eran capaces de crear, y lo hace mediante un repaso histórico de escritoras hasta la fecha en que escribe el libro, examinando las carreras de varias autoras reales.
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