Hoy domingo, 13 de diciembre, El País publicaba en su última página este artículo firmado por Manuel Vicent, que lleva por título "Oigo, patria".
Con el estuche del violonchelo en la espalda, sin tener ni idea de que, al parecer, la patria estaba en peligro, aquella adolescente de 15 años tomó el autobús camino del conservatorio como cada mañana. En la misma parada subieron otros viajeros que seguían todos los días el mismo itinerario. Una enfermera se apearía en el hospital, un profesor de Matemáticas lo haría en la puerta del instituto, una asistenta social en la casa de una anciana a la que cuidaba. Era gente normal y corriente que iba a su trabajo. Ninguna autoridad de tráfico había advertido de que en la avenida principal de la ciudad se estaba produciendo a esa hora una manifestación patriótica y sin poderlo evitar el autobús se encontró ante una marea de vítores y banderas españolas que le impedía seguir. Los manifestantes muy airados proferían insultos al Gobierno socialcomunista traidor, gritaban que España corría el peligro de romperse e incluso algunos más desaforados amenazaban con fusilar a medio país si fuera necesario. El viento de otoño que arrastra las hojas muertas traía y se llevaba el eco de una voz desgañitada de alguien que desde una tribuna con un megáfono clamaba: “Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón”. La marea de gritos y banderas españolas terminó por rodear el autobús y algunos exaltados se pusieron a aporrear las ventanillas. Ante aquel acoso, temiendo lo peor, la adolescente en defensa propia y de los demás viajeros sacó del estuche el violoncelo y comenzó a tocar. Fuera los patriotas gritaban, unos a favor de la campana y otros del cañón. El autobús trataba de avanzar y mientras se abría paso en medio de la crispada multitud aquella adolescente, creyendo que la música amansaría a las fieras, interpretaba con la máxima dulzura la Suite nº 1 para violonchelo de Johann Sebastian Bach.
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