La novela nos
narra la historia de Amparo Miranda, una ciudadana española viuda que lleva
cuarenta años viviendo en Nueva York, donde es una exitosa diseñadora de moda,
y regresa a su ciudad natal para una corta visita.
En principio
no sabe el motivo, si es una huida o una búsqueda, sólo sabemos que el viaje ha
sido precipitado, que no ha informado a su familia y que viaja sola. A lo largo
de la novela nos irá dando pistas que puedan servir de escusas para justificar
esa vuelta a sus orígenes, porque el viaje va a tener un doble sentido, físico
y sentimental, porque a lo largo de su estancia aparecerán muchos personajes
ligados a ella.
Siente la
necesidad de volver a ver los lugares conocidos, recorrer calles, plazas,
rincones que estimulen el recuerdo y, entre todos ellos, la calle del Olvido, lugar
en el que vivió junto a su madre, una modista pobre de la que aprendió el
oficio, también un microcosmos que las maltrató y posiblemente originó el deseo
de huida a Estados Unidos, el mítico país de las libertades donde romper la
ligaduras sociales y culturales (madre soltera, empleo precario, clase baja,…)
y poder abandonar la vida de subsistencia.
Lo que no
quiere es ver a nadie, está obsesionada con pasar desapercibida, aunque en sus
reflexiones y soliloquios nos dé cuenta de sus relaciones de infancia y primera
juventud.
Tiene un hijo,
una hija y una nieta con los que trata poco, al igual que con su familia
política. Pero su hijo Jeremy ha decidido rodar una película utilizando como
guión, aún inacabado, los comentarios que su madre y su abuela les hacían de la
estancia en España y más concretamente las vivencias en la vivienda de la calle
Olvido, con la esperanza de que acepte ser su productora y financiadora.
¿Quizás esto la ha movido al viaje,…?
La novela nos
muestra un nutrido número de personajes, la mayoría femeninos, muchas mujeres
maduras con apasionantes mundos interiores junto a jóvenes que empiezan a
conjurar sus proyectos de futuro, cuyas vidas se irán cruzando hasta componer
un complejo puzle. Oiremos conversaciones que irán situando a cada uno en su
lugar de la historia, donde se irán mezclando pasado y presente, realidad y
deseo, miedo y valentía, amor y odio,…; en suma, un retrato de la vida misma. Una
vida con varias facetas. Por un lado es dura y difícil, que no vale la pena
vivir, en una ciudad de provincias en la que todo el mundo está más pendiente
de la vida de los otros que de la suya propia. Una muestra de esto es lo que el
camarero de la cafetería del hotel denomina “el
coro griego”, cuyo objetivo principal cuando se reúnen es juzgar, criticar,
acusar a todo el mundo sin ningún tipo de piedad. Pero por otra parte, tenemos
la vida de personajes atrapados por el
miedo a hacer frente a ese modelo que impone la forma de entender el mundo, de
ser y de pensar, el miedo a romper todos esos tabús impuestos por familiares,
amigos, vecinos y, en la mayoría de los casos, por la propia ciudad, que les
impide disfrutar de la vida en general. De ahí que en algunos casos el título
del libro sea, en sentido metafórico, un deseo de cambio.
En su vuelta,
Amparo nos muestra el lugar y el momento en el que se fraguaron los fantasmas y
los miedos que condicionaron su vida. No viene buscando un ajuste de cuentas, va
a sacar de dentro para airear, renovar, y lo que va a obtener es un aprendizaje.
Vuelve a los lugares vividos pero con otra mirada, como si fueran dos
personajes distintos. ¿Cuál de ellos será la protagonista en el guión de su
hijo?
¿Decidirá la
protagonista salir de la “gruta del
olvido”?
Sin lugar a
dudas, sacará conclusiones del viaje, pero el lector se quedará sin saber cómo
cambiarán su vida, sus relaciones, los proyectos,...
Vemos un
retrato de comedia costumbrista, con la habilidad para hacer literatura con la
lengua oral, en la tertulia de señoras de la burguesía local cotilleando
insustancialmente, teniendo entre sus temas de conversación a Amparo, y, sin
embargo, cuando se cruzan con ella en el vestíbulo del hotel, y a pesar de que
les llama la atención su elegante figura y su atuendo, no la identifican con la
que ha sido tema recurrente de sus cotilleos.
También
podemos observar ese retrato en los personajes que hacen cola en la frutería de
barrio o en el diálogo entre la limpiadora y la portera del edificio en el que
vive Valeria con su novio.
Irse de casa tiene un sentido real
pero también simbólico que puede tener distintos sentidos: liberación de
ataduras, liberación de la sumisión a la opinión de los padres, dejar de
convivir con alguien a quien se ha dejado de amar, dejar una compañía que se
hace insufrible, acceder a la autonomía aunque pueda convertirse en soledad,
cambiar de ámbito, como por ejemplo, de la ciudad provinciana a la gran urbe o
viceversa, huir del pasado,...
Los
personajes pueden desear irse de casa, todos en la novela lo hacen, cada uno de
distinta manera, pero quizás descubran que en el fondo es imposible irse de
casa en el sentido de cambiar de vida o romper con el pasado, con los fantasmas
y con los miedos que los paralizan y les impiden ser felices, si siempre cargan
con ellos. Por eso, la única forma posible para “irse de casa” sea, primeramente
el poder olvidarlos o al menos aparcarlos, y después, aprender a vivir en
libertad.
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