La obra está catalogada como novela negra, que algunos defienden por abordar un problema social. Otros la valoran como una novela familiar, pero de rupturas, donde aparecen secretos, descubrimientos y confesiones.
El acontecimiento y motivo central de la obra es la aparición, en un descampado, del cuerpo de una joven de diecisiete años descuartizado y quemado.
La historia
arranca después de transcurridos treinta años del hecho y, a lo largo de seis
capítulos, vamos a ir conociendo datos del mismo pero desde distintos puntos de
vista: familiares, una amiga, un médico forense, hasta concluir en el epílogo
con las conclusiones recogidas en una carta que el padre de la víctima escribe
para que sea leída por otra de sus hijas y su nieto.
La joven Ana,
la víctima, es la hija menor de una familia compuesta por el matrimonio y tres
hijas, cada una con un carácter diferente: Carmen, la mayor, imbuida de un
obsesivo pensamiento religioso, muestra una actitud impositiva ante las
hermanas en el ámbito familiar y una cara carismática en su faceta pública;
Lía, la segunda, se declara atea cuando su hermana está de cuerpo presente,
aunque cree que ya lo era antes; se llevaba bien con Ana, eran confidentes;
Ana, la pequeña, enfrentada continuamente con su hermana mayor, es la favorita
de su padre.
Es una familia
de creencias religiosas en la que algunos miembros rayan en el fanatismo y
otros en el ateísmo. La madre y la hermana mayor serían del primer grupo,
aderezado de bastante hipocresía; y los otros, incluyendo al hijo de Carmen,
estarían más cercanos al segundo. El padre, Alfredo, posee un pensamiento
pragmático, científico, con un carácter sereno y una actitud perseverante, con
un gran fondo sentimental.
Al poco
tiempo del luctuoso suceso, Lía se traslada de Buenos Aires a Santiago de
Compostela. Se comunicará por carta sólo con su padre con el compromiso de que
solamente intercambiarán información sobre la investigación de la muerte de su
hermana, absolutamente nada sobre el resto de la familia.
Pasados 30
años recibe la visita de su hermana mayor, que viene acompañada de su marido,
Julián, y con la que no ha intercambiado una palabra desde el día del entierro
de Ana. El motivo es la desaparición voluntaria de su hijo y que un
investigador ha situado en el entorno de la librería de su propiedad.
El diálogo es
tenso y la despedida acaba con una sorpresa malévola por parte de Carmen.
Mateo es el
hijo de Carmen y Julián, tímido, poco sociable, él se define como una propiedad
de sus padres, y marcado por la muerte de su tía (él habla de cicatriz).
Ha salido de
Buenos Aires a conocer catedrales europeas, un Camino de Santiago especial, en
un recorrido diseñado junto con su abuelo; ha roto todo contacto con sus
padres, a los que cataloga como opresivos; y ha recalado en Santiago de
Compostela porque trae un mensaje junto con unas cartas, también de su abuelo,
para su tía Lía, a la que nunca ha visto y, por tanto, no se conocen.
Marcela es la
amiga íntima de Ana, de su misma edad. En un accidente el día de la
desaparición de Ana, el golpe que ha sufrido en la cabeza le
ha provocado amnesia anterógrada, es decir, sólo recuerda lo anterior al golpe,
todo lo demás lo olvida al poco de que suceda, no tiene memoria.
Al recuperar
la consciencia tras el golpe, cuenta lo sucedido hasta ese momento, pero nadie
la cree, piensan que el golpe la ha trastornado.
Ha
desarrollado unas técnicas para poder vivir con ese problema y su habla es a
retazos, con continuas repeticiones, para los otros personajes y el lector, pero
no para ella.
Se guarda una
información que juró a Ana no revelar. Y cumple su juramento. Los personajes no
saben, pero el lector sí.
Alfredo
contacta con ella, después de 30 años, y empiezan a verse asiduamente porque ha
descubierto que algunas de sus afirmaciones coinciden con razonamientos del
joven forense del caso, único discrepante de las tesis del grupo investigador
en aquel momento; con el que también ha contactado.
Elmer era un
joven médico forense, ahora tiene una vida algo complicada pero sigue siendo
aquella persona meticulosa, ordenada (nos dice hasta la marca del cuaderno que
emplea para sus anotaciones), amante de su trabajo y que guarda montones de
archivos y documentos de los casos en los que ha trabajado. Aún recuerda el
caso de Ana.
Hace una
defensa del trabajo del criminalista aunque en su caso lo haya llevado al
divorcio. Ahora reflexiona sobre su futuro, sobre todo cómo será cuando se
jubile.
Consulta sus
anotaciones e informes y se ratifica en las mismas conclusiones que había
sacado 30 años atrás. Lo siguen asaltando muchas preguntas sobre elementos que
se salían de la lógica de ese tipo de crímenes.
Cuando se
reúnen los tres ( Marcela,
Alfredo y él), antes de trabajar sobre el listado de amistades de Ana que ha
confeccionado Marcela, le hace varias preguntas a esta y saca unas conclusiones
que dará luz sobre lo ocurrido. Marcela se siente liberada al no haber tenido
que faltar al juramento que hizo y Alfredo queda impresionado, 30 años después,
sintiéndose, en cierta medida, culpable de lo que le sucedió a su hija. Ahora
sólo queda el desahogo de las lágrimas.
Puestos a
recabar información sobre lugares de la época, ahora es difícil averiguar, pero
la expresión de Ana: “Él no puede”, hace a Alfredo sacar sus propias
conclusiones.
Julián es
seminarista, no es una persona decidida, se deja manipular. Procede de una
familia de padre católico practicante, mujer obediente que termina
abandonándolo y cinco hijos que reniegan de su madre y le niegan el perdón. Él
quiere ser sacerdote para poder perdonar a su madre si ella se lo pide.
El
inconveniente que encuentra es el celibato, algo que racionalmente no llega a
comprender. Aconsejado por el cura de la parroquia entra en el seminario, a
pesar de sus dudas, pensando que la convivencia con los compañeros lo
convencerán para seguir.
Reflexiona
sobre su vida, no teme al infierno tras el juicio final sino a que tenga que
pagar sus pecados en esta, y la desaparición voluntaria de su hijo puede ser el
primer eslabón de una larga cadena de penitencias.
Se enamora de
Carmen, teniendo siempre la Iglesia en medio y el papel que Carmen quería jugar
dentro de ella. En ese amor se cruza Ana, también enamorada de él pero más
atrevida que su hermana.
En su dejadez
e inacción, no asume ningún tipo de responsabilidad, valorando además que la
Iglesia, su religión, siempre perdona cualquier pecado, basta con confesarse.
Planifica su
futuro con Carmen y a partir de ahí ella no dejará que nada, ni nadie, lo
arruine, por grave que sea lo que suceda, porque ella tampoco se siente
culpable de nada, la culpa siempre es de los otros, añadiendo una cualidad más,
su frialdad a la hora de planificar cualquier treta para conseguir sus
objetivos.
Carmen es la
hermana mayor. Es controladora, fría, se impone a sus hermanas y maneja a
Julián. Su religiosidad la ha llevado al fanatismo. Todo lo que ocurre lo
achaca a una decisión divina. Además confía mucho en sus dotes de persuasión y
cree que, si habla con su hijo, lo convencerá y volverá junto a sus padres.
Al ser la
mayor se tomó la llegada de sus hermanas como una afrenta y la llevó a una guerra
permanente, sobre todo con Ana, la más parecida a ella y a su madre.
Justifica su
problema de no poder tener más hijos, que era su gran deseo, a un castigo
divino por lo sucedido a su hermana, aunque su malestar principal no fuera por
ella.
Defiende su egoísmo
como un favor que hace a su familia.
Tanto ella
como su marido se volcaron en la educación de su hijo, acaparándolo y
aislándolo socialmente, y piensa que los cambios que sufrió se debieron a la
influencia de su padre, el abuelo, y las recomendaciones de lecturas que le
hacía. También culpa a las cartas que este le dejó y que ella no pudo encontrar
para robárselas y conocer su contenido.
La suerte de
Carmen es tener un Dios que lo perdona todo.
Alfredo es el
padre de familia, serio, leía la Biblia pero la discutía, partidario de la
Teoría de la Evolución, adora a su hija pequeña, habla mucho con su nieto y le
recomienda libros, se cartea con su hija Lía, con la que ha seguido
preocupándose por aclarar la muerte de Ana durante 30 años. También hablan de
catedrales, plantas y flores.
En el epílogo
de la novela, este deja en manos de su hija Lía y su nieto el saber la verdad sobre
la muerte de Ana, sabiendo el dolor que les puede causar, dándoles la
posibilidad de leer la carta o no hacerlo. Se declara culpable por no haber
abordado ciertas materias en la educación de sus hijas.
La carta
recoge sus reflexiones sobre la muerte, el amor y la fe.
Al conocer
detalles de la muerte lo abordan muchas dudas y llega a plantearse: “…que no puedo descifrar. O no quiero
descifrar, o no me atrevo”. Vértigo al borde de la verdad.
Habla de sus
amores, distintos, razonados y explicados.
Sobre la fe
muestra sus dudas, concluyendo que cada persona pueda construir su propia
catedral con sus propias creencias y valores, como aparece reflejado en la
dedicatoria de la novela.
La novela se
desarrolla en diversos escenarios en la ciudad de Buenos Aires y en Santiago de
Compostela. Aparecen hechos con treinta años de diferencia.
La estructura
de la obra nos muestra a cada personaje con su punto de vista y su grado de
responsabilidad, asumida o no, en la trama. En ella hay dos personajes
buscadores, uno la abre, Lía; el otro la cierra, Alfredo.
Son varios
los temas que se abordan a lo largo de la novela: la búsqueda de la verdad y la
memoria (también la pérdida de la memoria); el aborto, con bastante
controversia en Argentina; la maternidad, con puntos de vista diferenciados
entre Lía y Carmen; la institución religiosa, regida por hombres y, en cierta
forma, enfrentada a la mujer;…
Hay un guiño
a la literatura y al arte: Borges, Raymond Carver (Cuento Catedral), Richard Dawkins (El
espejismo de Dios), información sobre templos y catedrales; la música de
Adriana Varela (“Naranjo en flor” y “Garganta con arena”).
El uso de la
ciudad de Santiago de Compostela, con catedral, como símbolo de la cristiandad
católica, pero con el “Camino de Santiago”, que acoge a un gran número de ateos
a los que mueve otros intereses distintos a los de la fe, o envueltos en esas
dudas que trasmite Alfredo al final de su carta.
Muchos son los motivos para justificar el título, quizás cada uno tenga el suyo, como cada uno tenga “su catedral”, volviendo a la referencia de Alfredo en la carta y en la dedicatoria de la novela.
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