El martes 3 de marzo se reunió el Club de Lectura Ben-al-Arte para comentar el libro El palomo cojo de Eduardo Mendicutti, sacando las siguientes conclusiones:
La novela recoge lo sucedido durante los tres
meses de verano en casa de los abuelos del protagonista, un niño de unos 10
años, lugar al que es enviado por su madre como convaleciente de una enfermedad
que requiere reposo (no se detalla en la novela en qué consiste), con el fin de
que el resto de la familia y, sobre todo ella, pueda disponer de libertad de
movimiento y no estar supeditada al encierro obligatorio por culpa del
tratamiento que el doctor ha recetado para la curación de dicha enfermedad.
Está escrita en primera persona, por lo que
vemos el paisaje familiar a través de los ojos de un niño.
Este personaje empieza a desarrollar sus
características sexuales que, en boca de una desvergonzada criada, empiezan a
ser definidas como “raras”. Este hecho nos lleva a pensar que la obra pueda ser
autobiográfica y estar referida a la niñez del propio autor, que habiendo
nacido en el año 1948 tendría la edad del personaje y coincide además su
condición de homosexual.
La receta de aislamiento y encierro puede ser
una metáfora sobre el trato recibido por el autor en su propia vida, teniendo
en cuenta que en esos años no estaba bien vista la homosexualidad.
Son más las referencias a la homosexualidad
masculina que aparecen en la novela: el mismo título, ya que la cojera es un
eufemismo de dicha tendencia sexual; el defecto que detecta el sastre en la
longitud de sus piernas y que le hace ver que ese tipo de anomalía lo llevará a
que no sea aceptado por las mujeres, al igual que los animales que lo sufren no
son aceptados por las hembras.
El elenco de los personajes que intervienen se
puede clasificar como raros y desconcertantes: una criada a la que le
desaparece una parte de la cara, los bajos del cuerpo o las piernas; un tío que
no tiene horario para realizar las diferentes comidas del día y que se dedica a
domesticar palomas; una amiga que hace las visitas a la hora de las comidas
para que la inviten a comer; una asistenta que vigila y ordena el horario de
las visitas a la bisabuela que está enferma; un tío que aparece y desaparece durante
largos periodos de tiempo sin dar explicaciones, viva imagen del señorito
andaluz; una criada que presume de tener cuatro novios a los que recibe en la
casa en distintos horarios,…
La novela, que puede ser clasificada como
costumbrista, refleja muy bien las relaciones humanas, y así vemos como la
posición social de los habitantes del pueblo, Sanlúcar de Barrameda (lugar de
nacimiento del escritor), viene marcada por el lugar en el que cada uno vive, diferenciando
el barrio alto del barrio bajo, así como el tamaño de las viviendas que ocupa cada
uno de ellos.
Esa diferencia también la vemos en el lenguaje
que utilizan, el trato que reciben, los comportamientos y las costumbres de los
ocupantes de la casa: propietarios, familiares, amigos visitantes, criados,
empleados, representantes del clero y la medicina,… A la criada se la denomina
como la Mari, añadiéndole el artículo.
Vemos algunos apuntes sobre las tendencias
políticas de la época: unos son admiradores de Franco y sus obras; y otros son contrarios
al régimen, e incluso perseguidos por las fuerzas policiales; por ejemplo,
vemos como unos hablan de las obras realizadas en el Valle de los caídos,
mientras la tía Victoria tiene que salir al extranjero a realizar sus recitales
poéticos, porque esos autores no son bien vistos por los dirigentes de la
dictadura.
Resaltan los comentarios irónicos, las
actitudes hipócritas, los desprecios, que se dedican las mujeres “amigas” en
las tertulias que realizan cada tarde a la hora de la merienda. Esta costumbre
inglesa pudo ser importada a través del comercio de los vinos con Inglaterra.
A algunos les ha impactado el inicio de la
novela, lo que se convierte en un aliciente para seguir leyendo: “Mi padre
apreciaba mucho la belleza masculina. Por eso se casó con mamá”.
El siguiente encuentro será el martes 14 de abril para comentar la novela "El jardín de las cabezas cortadas" de José Manuel Portero, junto con el autor.
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